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El ”principio-misericordia” es hoy aquí y ahora
Viernes 11 de diciembre de 2020, por
El ”principio-misericordia” (Jon Sobrino)
Porque es “hoy”, aquí y a hora, en esta experiencia nueva y desconcertante a causa de la pandemia del coronavirus, cuando nos sentimos sorprendidos por la fiereza del contagio que se incrusta en nuestros seres queridos, en nuestros hermanos de comunidad, en personas de nuestras parroquias, en los niños o profesores de nuestros colegios, en los presos, etc., y es así como Jesús se hace presente en forma de parado afectado por la crisis laboral y el cierre de cientos de pequeños negocios, personas que ya no están en las colas del INEM sino de los ERTES, familias que están llegando a nuestras Caritas parroquiales, personas durmiendo entre cartones, cobijándose en los huecos de cualquier edificio para refugiarse del frío.
Es ahora mismo, cuando Jesús entra en la prisión, afectada también por la Covid’19, y deambula como un zombi en medio de la nada, de ese patio deshumanizador y nadie se le acerca para saludarle o para compartir un rato con él; o sale de la cárcel en permiso o en libertad y no tiene a nadie esperándolo en la puerta para llevarlo a su hogar con la familia, y tiene que volver a la ciudad como un perro callejero; o es un subsahariano que ha alcanzado las costas españolas en patera, como en Canarias ahora, o está detenido para ser expulsado a no se sabe qué país de origen en un CIE cualquiera; quizá está viviendo en casa de los padres ya ancianos porque el banco los ha desahuciado y se han quedado sin hogar; a lo mejor Jesús, desde una esquina de la calle o de cualquier Polígono Industrial me está llamando la atención porque se siente explotada, humillada, esclavizada por machos sin escrúpulos; o será en forma de niño o niña que está gritando que alguien le acoja, le eduque, le llene de esperanza y libertad; y Jesús se me presenta en forma humana débil, enferma, agotada por los años y los olvidos, por los amores no correspondidos, por esa soledad que mata el alma y el cuerpo.
Y descubro que Jesús recobra forma de hermano de comunidad en la vida consagrada, y me está reclamando un poco más de sensibilidad y delicadeza, de amabilidad y ternura en el trato; de acogerle con cariño, de preocuparme por él cómo está, cómo se siente, cómo le va el apostolado, cómo sigue su familia, si se siente a gusto en la comunidad, si le falta algo, si le puedo ofrecer algo,...
Y me doy cuenta que el juicio es ahora, es en el día a día de mi vida; cada día es el día del juicio final. Sí, Jesús me juzga cada noche porque, sencillamente NO AMÉ, NO LE AMÉ. Y porque perdí tantos momentos a lo largo del día para haber hecho FELIZ a alguien, sobre todo, al que tenía más cerca.